Era una tarde como la de hoy. Tipo cuatro de un día de semana, en noviembre hace como dos años. Salí escupido del departamento por el calor y el estrés. No podía dormir la siesta y me fui en busca del primer micro que pasara por la puerta a vagar con la mirada por la ventanilla. Afuera estaba el infierno mendocino. El peor, ese que con 36 grados, seco, no te deja proyectar una idea a diez minutos. Ese que te mueve lento y con taquicardia. El desierto pleno. La vida en el desierto a pleno.
Pasó un 30 camino a Las Heras y me subí en la calle Beltrán de Godoy Cruz. Viaje asegurado de una hora con el viento hirviendo en la cara. El pavimento emitía imágenes deliran-tes, se movía el horizonte a dos cuadras, como cuando se marea la tierra. Lo paro con la mano, con el dedo, como se paran todos los micros en el planeta. Subo. Un asiento nomás vacío. Comerciantes, vendedores, estudiantes y “el corte”. “El corte” no tenía compañía. “El corte” es mi amigo. Mejor, un compañero de tardes de domingo cuando íbamos a alentar al tomba en la liga mendocina en la década de los 80 y 90. Un compadre. Un aliado. Sabía por otros que había pasado un tiempo de vacaciones en cana, en la casa de piedra. No sé. Choreo o drogas, alguna de esas. Y estaba ahí, en el micro que iba a Las Heras, con la mirada extraviada.
Me siento y me reconoce: “Qué hacés Marmat”, “ey corte, tanto tiempo loco, qué es de tu vida”, “todo bien chabón, vengo del guachero de visitar a mi hijo” , dijo con una mueca. “Eeee…la puta, qué le pasó”, “Es un moquero el guacho culiau, pero ahora está bien ahí, por lo menos no se puede mandar cualquiera”. Silencio. “¿Y vos?” , me preguntó. “yo…yo voy a laburar, a dar clases a la facu”, mentí. “Mirálo vos qué capo Marmat, ¿jamón ah?”, “si, todo bien” mentí nuevamente.
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Hasta acá llego y paro. No puedo seguir escribiendo esta historia. Pasó que hoy 5 de noviembre de 2012 no pude dormir la siesta y le conté esta historia cortada a mi mujer y le decía que el guachero era el nombre que le da la gente del pueblo, de los barrios, a las instituciones de encierro como el ex COSE. Y me acordé de Leonardo Favio, del turco y charlamos sobre él tipo tres y media de la tarde. Sobre sus películas, Luján, Santa Rosa. Y me levanté a mirar la compu para hurguetear sobre Favio. Un flash. Me había mandado un mensaje sinfónico o un aullido de lobo de Nazareno. O habré escuchado el grito de Moreira y me levanté…qué se yo. Creer o reventar. Se murió el turco. Se nos fue el mejor del cine nacional.
Pero ojo. Hay que aclarar que se fue uno de los nuestros. No se fue uno más. Se fue un tipo que de niño solo y triste vagaba por reformatorios, robaba para comer. Era un delincuente señores y señoras. Y se les muere ahora justo que la gilada marchará el 8N. Justo que muchos que van y fogonean la marcha piden matar a los pendejos ladrones en lugar de pensar cómo incluirlos. “Los guachos moqueros” diría mi amigo “el corte”. Esos que no tienen más futuro que la noche en el encierro y solo piensan en fugarse.
Fugarse es una condición de la libertar en toda institución de encierro. Deberían hoy intentar fugarse todos los pibes del COSE y de los guacheros del país en homenaje al gran escapista. Se fugó de la pobreza y la tristeza al canto, al teatro, al cine y a la política. Se fue uno de los nuestros. Un peronista sentimental como mi abuela. Un laburante del arte popular. El peronismo está de luto. La religión pagana lo beatificará como el santo de la justicia por los pobres y de los niños solos.
Ahora se fugó de este mundo a filmarnos desde otro planeta. Una sinfonía de ángeles ne-gros lo está esperando para cantarle la marcha peronista en todos los cielos del cielo